Friday, 15 August 2014

¿Por qué llegó Hitler al poder?


Las razones por las que un asesino puede llegar tan alto como a la presidencia de un país, pueden ser varias: descontento social, desempleo, relativismo cultural, racismo, pobreza,...todo un compendio de hechos que empujan a la gente a aferrarse a aquel que les dice lo que quieren oír y los hechiza con sus cantos de sirena. Sin embargo, todas esas causas son más bien consecuencias que derivan de una causa única: precisamente, el exceso de política.


El dinero no valía nada
La intervención sistemática por parte de los gobiernos en la economía, solo consigue distorsionar los precios, el valor del dinero, y la vida de las personas, en general. Su obsesión por controlarlo todo deriva en una maraña legislativa en la que los únicos que terminamos enredados somos los ciudadanos de a pie. Y cuando además estos gobiernos tienen el monopolio y la potestad para crear dinero dándole a la máquina de imprimir billetes, la magnitud del desastre aumenta. Y así ocurrió en la Alemania de 1923.

Con el Tratado de Versalles de 1919, las indemnizaciones de guerra a las que fue condenada Alemania sumaban una cifra tan astronómica que ni los propios alemanes sabían cómo iban a pagarlas. Pero tirando de lógica -como si la economía fuera algo llanamente intuitivo- los "brillantes" políticos de la entonces República de Weimar, decidieron que le darían a la máquina de imprimir billetes en MODO INDUSTRIAL, es decir, a saco; que necesitamos mucho dinero, pues lo pintamos y...¡ea! comenzaron a imprimir billetes con la intención de alcanzar la apabullante cifra de ¡132 millardos de Marcos!

Pero como era de esperar, la cosa no resultó tan fácil como poner la máquina a funcionar. A medida que todo ese dinero de nueva creación fue entrando en el circuito económico y llegó a manos de los ciudadanos, las autoridades no tuvieron en cuenta que, al ser un papel sin respaldo del oro, la gente no le dio ninguna confianza. Había llegado la híper inflación.

Gracias a estos "genios", el papel moneda alemán, no tenía ningún valor entre la gente y el poco que tenía lo perdía a cada segundo. Así, los obreros de las fábricas ya no cobraban al mes, sino al final de cada mañana. Lógico, la incertidumbre era tal que nadie estaba dispuesto a cobrar en el futuro a la vista de que el dinero se desplomaba a cada momento. 

De hecho, los episodios rocambolescos protagonizados por la ciudadanía, comenzaron a ser habituales en la Alemania de entonces y así, no fue extraño ver a las mujeres de los trabajadores esperando a la salida del trabajo para recoger los sueldos de sus maridos y salir a la carrera a comprar productos básicos que subían de precio casi cada media hora. Era una locura. Poder comprar una barra de pan, significaba tener que arrastrar una carretilla de monedas para desembolsar los millones que valía.

La brutal subida de precios como respuesta a la impresión
de billetes sin respaldo.
La gente vio como sus ahorros del banco de toda la vida, perdían todo su valor y se convertían en papel mojado. A la gente le resultaba más económico quemarlo que ahorrarlo. Y puesto que el dinero ya no tenía valor, la gente comenzó a exigir determinados productos básicos como medio de pago. Huevos, leche o carne eran, sin duda, el género más valorado.

Pero lo peor llegó cuando ni dinero ni productos básicos podían ser ofrecidos para adquirir ciertos artículos y fue aquí cuando las alemanas tuvieron que compensar el devaluado salario de sus maridos ofreciendo su cuerpo al mejor postor, por lo general extranjeros, que pagaban en monedas de otros países más fuertes que el devaluado marco alemán. Fue este el momento en el que en Berlín proliferaron los prostíbulos, los cabarets, la delincuencia,...es decir el Berlín podrido que se encontró Hitler.

Sin embargo, uno de los peores efectos de la inflación fue la decadencia moral que produjo. No solo muchas mujeres tuvieron que prostituirse para salir adelante, sino que la falta de alicientes y de expectativas ante un futuro más que incierto donde ahorrar o invertir no tenía sentido para las personas porque lo más seguro era que perdieran su dinero, hizo que la gente prefiriera gastar lo poco que tenía en caprichos y placeres. Probablemente al día siguiente su dinero no valdría nada y no les alcanzaría para comer, así que muchos pensaron que lo mejor sería disfrutar de lo poco que tenían.

Y ese fue el desolador panorama que aupó a Hitler a lo más alto. Los partidos y movimientos que abogaban por la gran Alemania de tiempos pasados, proliferaron como los caracoles con la lluvia, canalizando el descontento de la gente y su falta de expectativas. Todos prometían lo mismo: devolver el orden a las calles, reconstruir Alemania, dar trabajo y pan a todo el mundo, garantizar un nivel de vida mínimo,...en definitiva el paraíso en la tierra. Fue por eso que en 1933, Adolf Hitler terminó investido como máximo director de la política alemana certificando que a un error le vino a suceder otro error aún más grave. A eso es a lo que nos condenan nuestros gestores cada vez que le dan a la máquina de imprimir billetes.

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